sábado, 3 de marzo de 2018

Los Premios Nobel











Tú, yo y el Alzheimer


La Carrera
Estaba a punto de cumplir mi sueño. Me encontraba en la salida y me disponía a correr más deprisa que todos los demás participantes. Dieron el pitido inicial y comencé a toda velocidad. Estaba a punto de ganar la carrera cuando, de repente, sonó mi despertador. Ya eran la siete de la mañana y como era viernes, tenía que ir al colegio. Mi madre estaba en la cocina preparándome el desayuno. Lamentablemente, todo había sido un sueño. Desayuné muy deprisa, puesto que, si no, mi maestra me iba a castigar por llegar tarde.
Llegué al colegio y me encontré con mi amigo Andrés, como todos los días, pero hoy era diferente. Andrés tenía mala cara y me preocupó mucho. Le pregunté qué le pasaba y me contó que aquella mañana, cuando fue a desayunar, su abuelo estaba en la cocina leyendo el periódico y que, como de costumbre, se acercó a darle los buenos días pero él, en vez de saludarle alegremente como de costumbre, le ignoró.
Me dijo que últimamente su abuelo no se acordaba de lo que había hecho, (pero nunca había dejado de recordar a su nieto). Me sorprendí. Su abuelo había sido la única persona que me había enseñado a amar el atletismo y era una de las personas más importantes para mí, me quería como a su propio hijo. Temía que cuando llegara a su casa para hablarle de lo bien que había entrenado ese día, le pasara lo mismo que pasó cuando le fue a saludar su nieto, que no se acordara de mí.
Le dije a Andrés que no se preocupara, que esa tarde le acompañaría a su casa y solucionaríamos todo, seguro. Nos dirigimos cada uno a nuestra clase, acababa de sonar el timbre. Esa mañana se me hizo eterna, no podía dejar de pensar en el abuelo de Andrés. ¿Qué le pasaría? Pensé que a lo mejor solo era que había tenido una mala noche, y eso me tranquilizó bastante. Llegó la hora de la salida, mi momento más esperado. Andrés me estaba esperando en la puerta del colegio. Bajé las escaleras lo más rápido que pude y nos dirigimos a su casa.
Una vez allí, llamamos a la puerta, y nos abrió la madre de Andrés, con un rostro preocupado. Nada más entrar en casa, nos dimos cuenta de que el abuelo no estaba, y le preguntamos a la madre de Andrés que qué había pasado. Nos contó que aquella mañana, el abuelo no se encontraba bien, no sabía dónde estaba, y que le habían llevado al hospital. Nos dijo que no nos preocupásemos, que los médicos le iban a hacer unas pruebas y que pronto se encontraría bien. Le dije a la madre de Andrés que, al día siguiente, volvería a ver qué tal iban las cosas. Al llegar a casa, les conté lo sucedido a mis padres y me metí en mi habitación a hacer los deberes. Ese día, me fui pronto a la cama.
Al día siguiente, estuve en casa de Andrés temprano, era sábado, pero aun así, madrugué. La madre de Andrés nos llevó al hospital para ver qué tal estaba el abuelo. Cuando llegamos, nos toco esperar en una salita de espera a la entrada. No estuvimos allí mucho tiempo. Enseguida salió una enfermera y nos dirigió a la habitación donde se encontraba el abuelo. Por el camino, la enfermera le fue contando a la madre de Andrés lo que le habían hecho al abuelo: una serie de pruebas para evaluar el deterioro de la memoria o algo así. El resultado había sido que tenía Alzheimer.
Ni Andrés ni yo habíamos oído aquella palabra antes, y cuando la enfermera ya nos había indicado donde se encontraba la habitación del abuelo, y ya se había ido, le preguntamos a la madre de Andrés por su significado. Nos contó que era una enfermedad del sistema nervioso que hace perder la memoria y el sentido de orientación. Nos dijo que a partir de ese momento debíamos ayudarle mucho y estar con él más tiempo.
Llegamos a la habitación y lo primero que hicimos fue correr a darle un abrazo al abuelo. Nos saludó alegremente pero no muy convencido. Nosotros sabíamos que eso iba a suceder, pero no nos importó. Lo único que importaba era que el abuelo estaba con nosotros. Al poco tiempo entró un médico en la habitación y nos dijo que le tenían que seguir haciendo pruebas. La madre de Andrés nos dijo que lo mejor sería que esperásemos en la puerta, para no molestar al doctor.
Pasaron más o menos 15 minutos y nos dejaron volver a entrar. El médico había terminado de realizar las pruebas y el abuelo estaba más contento. Ya nos podíamos ir a casa.
Cuando llegamos a casa de Andrés, el abuelo estaba bastante confuso. No sabía dónde se encontraban las habitaciones. Andrés y yo tuvimos que llevarle al salón. Una vez allí, el abuelo quiso poner la tele, pero en vez de eso, encendió el aire acondicionado. Estabamos muy preocupados.
Pasado un rato, se me ocurrió que podíamos dibujar, para no aburrirnos tanto. Empecé dibujando un corredor, era lo que mejor se me daba. Andrés dibujo una pista de carreras. Enseñamos los dibujos al abuelo para que nos diera su opinión. En cuanto los vio, nos contó que él ,de joven, solía correr en una pista como la que había dibujado Andrés. Dijo que llevaba una ropa para correr parecida a la de mi dibujo. Nos quedamos asombrados, el abuelo estaba recordando. Después se me ocurrió que podía dibujar un coche y ver cuál era la reacción del abuelo. Cuando lo terminé, se lo enseñé y nos contó que él había tenido muchos coches. Nos dijo que su primer coche había sido un “Ford Mustang” y que le gustaba mucho conducir.
A Andrés se le ocurrió dibujar una montaña. El abuelo nos contó que cuando era niño, vivía en una montaña y que todos los días bajaba y subía para ir al colegio.
De repente, vino la madre de Andrés a decirnos que ya era tarde y que era mejor que dejáramos al abuelo descansar. Nos lo estábamos pasando tan bién que no nos dimos cuenta de que ya eran las nueve. Mis padres estarían en casa preocupados. Me despedí del abuelo y de Andrés y me fui corriendo a casa. Aquél día no se me olvidaría fácilmente. Habíamos hecho, a pesar de todo, feliz al abuelo.
A la mañana siguiente, tenía una carrera. Fui corriendo a la cocina a desayunar, me vestí y cogimos el coche para llegar antes. Mi momento había llegado. Fui derecho a la salida porque ya era mi turno. Iba a correr más deprisa que todos los demás participantes. Estaba seguro. En cuanto escuché el pitido inicial, salí corriendo lo más rápido que pude, me puse en cabeza. Todos mis contrincantes estaban atrás, muy atrás. Escasos metros me separaban de la meta, y esta vez sí, había ganado la carrera. Mientras volvíamos a casa les dije a mis padres que pararan un momento en casa de Andrés. Baje del coche, llamé a la puerta, entré corriendo y allí estaba el abuelo con una sonrisa, mirando el resplandor de mi medalla de oro. Me acerqué, me quité la medalla, y le dije:
-Toma, esto es para ti.