lunes, 19 de marzo de 2018
jueves, 15 de marzo de 2018
sábado, 3 de marzo de 2018
Tú, yo y el Alzheimer
La Carrera
Estaba
a punto de cumplir mi sueño. Me encontraba en la salida y me disponía a correr
más deprisa que todos los demás participantes. Dieron el pitido inicial y
comencé a toda velocidad. Estaba a punto de ganar la carrera cuando, de
repente, sonó mi despertador. Ya eran la siete de la mañana y como era viernes,
tenía que ir al colegio. Mi madre estaba en la cocina preparándome el desayuno.
Lamentablemente, todo había sido un sueño. Desayuné muy deprisa, puesto que, si
no, mi maestra me iba a castigar por llegar tarde.
Llegué
al colegio y me encontré con mi amigo Andrés, como todos los días, pero hoy era
diferente. Andrés tenía mala cara y me preocupó mucho. Le pregunté qué le pasaba
y me contó que aquella mañana, cuando fue a desayunar, su abuelo estaba en la
cocina leyendo el periódico y que, como de costumbre, se acercó a darle los
buenos días pero él, en vez de saludarle alegremente como de costumbre, le
ignoró.
Me
dijo que últimamente su abuelo no se acordaba de lo que había hecho, (pero
nunca había dejado de recordar a su nieto). Me sorprendí. Su abuelo había sido
la única persona que me había enseñado a amar el atletismo y era una de las
personas más importantes para mí, me quería como a su propio hijo. Temía que
cuando llegara a su casa para hablarle de lo bien que había entrenado ese día,
le pasara lo mismo que pasó cuando le fue a saludar su nieto, que no se
acordara de mí.
Le
dije a Andrés que no se preocupara, que esa tarde le acompañaría a su casa y
solucionaríamos todo, seguro. Nos dirigimos cada uno a nuestra clase, acababa
de sonar el timbre. Esa mañana se me hizo eterna, no podía dejar de pensar en
el abuelo de Andrés. ¿Qué le pasaría? Pensé que a lo mejor solo era que había
tenido una mala noche, y eso me tranquilizó bastante. Llegó la hora de la
salida, mi momento más esperado. Andrés me estaba esperando en la puerta del
colegio. Bajé las escaleras lo más rápido que pude y nos dirigimos a su casa.
Una
vez allí, llamamos a la puerta, y nos abrió la madre de Andrés, con un rostro
preocupado. Nada más entrar en casa, nos dimos cuenta de que el abuelo no
estaba, y le preguntamos a la madre de Andrés que qué había pasado. Nos contó
que aquella mañana, el abuelo no se encontraba bien, no sabía dónde estaba, y
que le habían llevado al hospital. Nos dijo que no nos preocupásemos, que los
médicos le iban a hacer unas pruebas y que pronto se encontraría bien. Le dije
a la madre de Andrés que, al día siguiente, volvería a ver qué tal iban las
cosas. Al llegar a casa, les conté lo sucedido a mis padres y me metí en mi
habitación a hacer los deberes. Ese día, me fui pronto a la cama.
Al
día siguiente, estuve en casa de Andrés temprano, era sábado, pero aun así,
madrugué. La madre de Andrés nos llevó al hospital para ver qué tal estaba el
abuelo. Cuando llegamos, nos toco esperar en una salita de espera a la entrada.
No estuvimos allí mucho tiempo. Enseguida salió una enfermera y nos dirigió a
la habitación donde se encontraba el abuelo. Por el camino, la enfermera le fue
contando a la madre de Andrés lo que le habían hecho al abuelo: una serie de
pruebas para evaluar el deterioro de la memoria o algo así. El resultado había
sido que tenía Alzheimer.
Ni
Andrés ni yo habíamos oído aquella palabra antes, y cuando la enfermera ya nos
había indicado donde se encontraba la habitación del abuelo, y ya se había ido,
le preguntamos a la madre de Andrés por su significado. Nos contó que era una
enfermedad del sistema nervioso que hace perder la memoria y el sentido de
orientación. Nos dijo que a partir de ese momento debíamos ayudarle mucho y
estar con él más tiempo.
Llegamos
a la habitación y lo primero que hicimos fue correr a darle un abrazo al
abuelo. Nos saludó alegremente pero no muy convencido. Nosotros sabíamos que
eso iba a suceder, pero no nos importó. Lo único que importaba era que el
abuelo estaba con nosotros. Al poco tiempo entró un médico en la habitación y
nos dijo que le tenían que seguir haciendo pruebas. La madre de Andrés nos dijo
que lo mejor sería que esperásemos en la puerta, para no molestar al doctor.
Pasaron
más o menos 15 minutos y nos dejaron volver a entrar. El médico había terminado
de realizar las pruebas y el abuelo estaba más contento. Ya nos podíamos ir a
casa.
Cuando
llegamos a casa de Andrés, el abuelo estaba bastante confuso. No sabía dónde se
encontraban las habitaciones. Andrés y yo tuvimos que llevarle al salón. Una
vez allí, el abuelo quiso poner la tele, pero en vez de eso, encendió el aire
acondicionado. Estabamos muy preocupados.
Pasado
un rato, se me ocurrió que podíamos dibujar, para no aburrirnos tanto. Empecé
dibujando un corredor, era lo que mejor se me daba. Andrés dibujo una pista de
carreras. Enseñamos los dibujos al abuelo para que nos diera su opinión. En
cuanto los vio, nos contó que él ,de joven, solía correr en una pista como la
que había dibujado Andrés. Dijo que llevaba una ropa para correr parecida a la
de mi dibujo. Nos quedamos asombrados, el abuelo estaba recordando. Después se
me ocurrió que podía dibujar un coche y ver cuál era la reacción del abuelo.
Cuando lo terminé, se lo enseñé y nos contó que él había tenido muchos coches.
Nos dijo que su primer coche había sido un “Ford Mustang” y que le gustaba
mucho conducir.
A
Andrés se le ocurrió dibujar una montaña. El abuelo nos contó que cuando era
niño, vivía en una montaña y que todos los días bajaba y subía para ir al
colegio.
De
repente, vino la madre de Andrés a decirnos que ya era tarde y que era mejor
que dejáramos al abuelo descansar. Nos lo estábamos pasando tan bién que no nos
dimos cuenta de que ya eran las nueve. Mis padres estarían en casa preocupados.
Me despedí del abuelo y de Andrés y me fui corriendo a casa. Aquél día no se me
olvidaría fácilmente. Habíamos hecho, a pesar de todo, feliz al abuelo.
A la
mañana siguiente, tenía una carrera. Fui corriendo a la cocina a desayunar, me
vestí y cogimos el coche para llegar antes. Mi momento había llegado. Fui
derecho a la salida porque ya era mi turno. Iba a correr más deprisa que todos
los demás participantes. Estaba seguro. En cuanto escuché el pitido inicial,
salí corriendo lo más rápido que pude, me puse en cabeza. Todos mis
contrincantes estaban atrás, muy atrás. Escasos metros me separaban de la meta,
y esta vez sí, había ganado la carrera. Mientras volvíamos a casa les dije a
mis padres que pararan un momento en casa de Andrés. Baje del coche, llamé a la
puerta, entré corriendo y allí estaba el abuelo con una sonrisa, mirando el
resplandor de mi medalla de oro. Me acerqué, me quité la medalla, y le dije:
-Toma,
esto es para ti.
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